Era una noche como otra cualquiera, las horas pasaban y yo no podía dormir. Contaba una y otra vez las baldosas del suelo. 58, ¿Por qué 58 y no 60? ¿Dónde estaban esas dos baldosas que sobraban? ¿Dónde estaban los trozos que a mí me faltaban?
Supongo que no están, que no es un sitio ni un lugar, que simplemente cuando algo se rompe, se desvanece en el tiempo, o quizá, en el recuerdo.
¿Por qué nos rompemos como si de piezas de coche nos tratáramos?
Un fuego abstracto recorría cada parte de mi cuerpo cuando pensaba en ti, ¿sabes? no podía pasar un segundo más sin ti, necesitaba tus besos, necesitaba tus abrazos, joder. Te necesitaba.
Necesitaba que me dijeras que todo saldría bien, que nada iba a poder con nosotros, que el destino había querido que nos chocáramos un día, pero que tú no ibas a dejar que se acabase nunca, que ibas a permanecer junto a mí.
Pero no estabas y las llamas se apoderaban de mí, como si fuera Troya ardiendo, como si fuera algo que dejó de ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario